sábado, 4 de septiembre de 2010

Óbito

El viejo portón de madera gimió al primer empujón, tras ella encontró una escalera con peldaños de mármol, o lo que antaño pareciera mármol, que conducían hacia una profunda oscuridad situada en el sótano. Mientras bajaba por la vetusta escalera se desprendió de su gabardina color beige colocándola en su brazo semiflexionado y se ajustó su sombrero de color negro.

Al terminar la bajada se topó con el cartel del club, que con luces de neón verde (que contrastaban ridículamente con el demás decorado) mostraba su nombre; "Catarsis".

-Buenas tardes, tengo mesa reservada para dos personas, a nombre de...

Sin dejarlo terminar, el camarero pidió educadamente el sombrero y la gabardina mientras lo colocaba en un enorme perchero de metal, o algo parecido, decía:

-No sé preocupe Caballero, su acompañante le está esperando en la mesa noventa y nueve, justo al lado del piano, ¿Desea que le guíe?.

-No, no es necesario, muy amable – contestó el cliente.

Mientras se abría camino entre el humo que recargaba el local, pensó en el número de la mesa, noventa y nueve.

-¿Cuantas debe haber?- Se preguntó, él estimó que entre doce y quince, pero exactamente, estaban simétricamente coladas catorce mesas.

Después de unos segundos que parecieron horas, llegó a su destino, allí encontró una mesa de madera rasgada sencillamente presentada, con un cenicero lleno de colillas y por supuesto el inseparable bolso de su acompañante. Levantó la vista del tablero y la contempló, no era la primera vez que la veía, pero sí sería la ultima.

Ella iba vestida con su más que característico vestido rojo, y por supuesto, su pintalabios a juego, tándem que tantos quebraderos de cabeza había dado a nuestro hombre.

Apartó la silla y se sentó con falsa seguridad.

-Llegas tarde, estas perdiendo las pocas buenas costumbres que te quedan- dijo ella con una sonrisa pícara.

-Por tu culpa, hace meses que no tengo ni costumbres, dijo mientras sacaba el último cigarro liado a mano de su pitillera de metálica.

-¿Has vuelto a fumar?, si que te ha afectado lo nuestro

-¿Afectar?, no estoy así por lo nuestro, era una historia muerta, por desgracia, me afecta lo tuyo con otras personas.

-Bueno, siempre fuiste muy celoso, y yo....yo muy linda- espetó orgullosa

El torció su boca y encendió su cigarro con un encendedor que imitaba dos cartas de la baraja francesa; el dos de corazones y el siete de picas.

-No te he traído aquí para discutir de nuevo, simplemente quería decirte adiós, esto ni puede, ni debe seguir así- y golpeó sus pulmones con la primera calada.

-He escuchado ésto todos los Lunes de los últimos seis meses, ¿Por que ahora iba a ser distinto?.

-Simplemente ya estoy harto, necesito vivir mi vida, no la que tuve a tu lado, te quiero, es indudable, pero a la vez siento un profundo e irracional odio hacia a ti, y créeme, alejarme de tu cama y tiempo es lo único que necesito para volver a ser yo, además, hoy es Sábado.

La cara de la joven se torno triste de un momento a otro- ¿Qué propones?.

-Qué leas ésto en cuanto salga de aquí, simplemente léelo.

-¿Es una carta de despedida?.

-No te mereces que me despida de ti, -volvió a fumar- esta vez con mayor intensidad- es lo que será tu vida de aquí a adelante.

-Si no fueras tan misterioso te hubiera dejado ir hace tiempo, tú mismo te buscas ésto- intento bromear ella.

Él por primera vez levantó la vista y miró los ojos verdes de la mujer.

-Bueno, no pretendía ofenderte, pero no he traído nada para ti, y si tu sabes como será mi vida ¿Cómo será la tuya?.

Apuró su cigarro hasta el filtro, y sacó de su bolsillo dos dados que lanzó inmediatamente contra la agrietada mesa. Los dados saltaron de una parte a otra del tablero, quedando casi en las manos de la mujer, posadas sobre la madera.

Ella miró los dados y dijo riendo: -Doble uno,... veo que te ira bien lejos de mi...-

-Podría ser mucho peor créeme- Y apagó el cigarro de un golpe seco.

La mujer observó como él se perdía paulatinamente hacia la puerta apenas visible por el humo, no podía evitarse sentirse libre pero conjuntamente apenada. Entre pensamientos de lamento y de buenos propósitos recordó el sobre que había recibido minutos atrás. Abrió el sobre concienzudamente cerrado y sin ningún tipo de mácula. Dentro, guardaba una hoja blanca de pequeño tamaño, la sacó con sumo cuidado, como si pudiera desintegrarse entre sus manos y la abrió tan despacio que parecía pesar varias toneladas.

La pequeña hoja tenía un garabato escrito con una fina pluma; "Escribe aquí lo que será tu vida"

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