martes, 16 de febrero de 2010

"Amoris vulnus idem sanat qui facit"

La fría hoja se posaba sobre su cuello, era consciente de que el mínimo intento por escapar le costaría la vida. El reloj había recorrido lentamente un cuarto de circunferencia desde que sus captores se introdujeron en su casa a las afueras de la ciudad, en un primer momento le había parecido que se comunicaban en un idioma desconocido, pero poco después utilizaron un perfecto francés lo que le desconcertó notoriamente, pero aun así, en este momento lo que menos le preocupaba era la nacionalidad de sus verdugos.

Decidió abrir los ojos, su vista se nublaba por segundos, el dolor y el miedo le hacían casi imposible percibir ninguna forma ni color, por lo que se concentró y miró en derredor; pudo distinguir a su esposa amordaza sobre la enorme mesa de caoba negra que presidía de forma majestuosa su anterior comedor, convertido ahora en improvisada sala de torturas. La sangre seca teñía de un tono magenta el rostro blanquecino de su mujer, sus extremidades se presentaban prácticamente rígidas y su pecho se expandía y contraía a una velocidad cuanto menos preocupantes.

Con dicha visión pareció recuperar la lucidez, buscó con la mirada agitada a su hijo, le hubiera gustado girar el cuello para poder recorrer de una forma mas rápida la sala, pero sentía pánico por el cuchillo que le aprisionaba.


  • "¿Dónde está mi hijo?"- balbuceó de forma casi pueril.

  • "Danos lo que queremos y lo recibirás, de lo contrario ya sabes lo que le pasará."


Está mintiendo, se dijo para sí, o al menos eso quería creer. No podía dárselo, conocía las consecuencias que sufriría el y su familia en el supuesto, por lo que armó de valor e intento salvar a su familia.


  • "Deja en libertad a todos y lo tendrás- dijo en tono autoritario"

  • "Jajaja, ¿te crees que puedes engañarnos?, llevamos espiándote años, tu familia no te importa nada, sabemos lo que ocurrió con tu hijo, y respecto a la mujerzuela de la mesa, sabes el tipo de locales que frecuentas"


Su gesto se estremeció, realmente, llevaban razón, hasta ese mismo momento no había sentido un aprecio tan irracional por su familia. El matrimonio con su mujer se sustentaba por la millonaria cláusula que ambos firmaron en caso de separación y ambos de puertas hacia dentro llevaban una vida totalmente independiente, y respecto a su hijo, sí, era su hijo, pero no tal y como el quiso que fuera, se había negado a seguir sus pasos y poseía un carácter cada vez mas díscolo.

Debía encontrar alguna solución, él era el único que conocía donde lo ocultaba, además si intentaban forzar la caja, las alarmas de la jefatura de policía saltarían de inmediato. Ellos sólo estaban allí por él, su familia era un mero daño colateral que utilizaban para presionarle, estaba seguro de que no matarían a nadie si el no podía darles lo que buscaban, era demasiado arriesgado.

Por un momento, recordó sus momentos felices con su mujer, revivió el nacimiento de su hijo y lo más grato que los tres habían vivido, se armó de valor y se apretó sobre la hoja afilada, antes de perder la conciencia notó como la sangre le caía por el pecho. Esa última sensación de calor venía acompañada de la mayor satisfacción que jamás podía haber imaginado sentir.

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