domingo, 7 de febrero de 2010

Infinito

Un estridente sonido rompe el silencio nocturno, son las seis debe levantarse.
Cansancio. Cada movimiento se le antoja extremadamente pesado, siente como si no fuera dueño de su cuerpo, ¿de su mente? De su mente es imposible saberlo, ahora mismo se encuentra ausente, desconectada. Los invisibles hilos de la rutina lo desplazan cual títere mientras una a una, realiza maquinalmente los preparativos para su partida. ¿Su destino? Incierto, el rumbo si, el del trabajo. Largo el trayecto que le espera, Frío. Su cuerpo, ya más consciente sigue sin pertenecerle, ahora se encoje en un fútil esfuerzo por evitar el gélido viento de la madrugada. Camina a paso rápido, pierde el autobús, pero cuando finalmente llega a la parada ve las mismas caras de siempre, el autobús vuelve a llegar tarde, tendrá que volver a correr, pero aún no.
El sonido lo anuncia, lo precede, llega el autobús, y con el la consciencia, el calor del vehiculo le devuelve el control de su cuerpo, mientras que el mal tiempo permanece en su mente en forma de oscuros nubarrones. Una voz le susurra algo, es como si estuviese gritando, pero se escucha demasiado bajo. Cuando se esfuerza en escucharla logra dar sentido al mensaje, la voz le pregunta que por que, que a donde se dirige. No puede dar respuesta. Rápidamente llega a su parada, el frió le abofetea el rostro, y todas las absurdas cavilaciones que le rondaban desaparecen, ahora solo importa una cosa, llegar, corre.
Pasan ligeras las horas de la mañana, entre quehaceres y risas, no conviene mezclar la vida con el trabajo.
Mas la jornada toca a su fin, sobre el cae el peso del sueño. No duerme apenas, pasa el trayecto de vuelta dando cabezazos de un lado a otro hasta que llegar a casa. Casa, cuando su mente repasa esa palabra, acercándose al portal, es como si un negro manto encapotase el cielo, hogar, ¿Dónde lo encontrara? La carencia de certezas le turba, pero esta certeza le turba aun más, no hay lugar en la tierra que pueda llamar hogar, esta desarraigado. Ha dado ya más de veinte vueltas al sol y en ese largo recorrido no ha sido más que un fantasma, una hoja del otoño, que mecida por el viento ha viajado sin dejar huella. Extraño allí donde vaya, a menudo el abatimiento y la pena se ceban en sus tardes de soledad, ¿que puede hacer? Vuelven las voces de su cabeza, ¿a dónde? Le preguntan, ¿Por qué? Contradicción, extremos, lucha.
Siente que cae al vació topando con infinitos obstáculos en su caída, son estos obstáculos sus sentimientos, ira, dolor, tristeza, pena. Pasa de uno a otro, pero ahora va entendiendo las cosas, no encaja.
Tiene que encontrar la salida, pero solo da palos de ciego, y a cada palo su dolor aumenta, se vuelve más profundo, distinto. Hace memoria, ya ni siquiera recuerda cuando empezó todo esto, pero le supera, no sabe, no quiere saber, todo carece de sentido para el, es tan solo una broma. Los pensamientos se arremolinan en su cabeza, luchando por salir, se atascan. Dolor. Le duele la cabeza, decide poner fin. Acaba con su vida.

Y lo hace cada día. Sin sangre, sin restos. Coge una botella, se sienta ante el televisor, busca un trabajo, lee para vivir en la piel de otro, enciende ese ordenador… escapa.
Cada día muere, cada día cae en el abandono, y así, los días son copias unos de otros, mecánicos. Apura el ultimo trago de su botella y con una claridad insólita, escucha a la voz de su cabeza, Morirás cada día sin una razón para vivir. Ahora lo sabe.

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