sábado, 30 de enero de 2010

Nocturnidad

La claridad hacía ya horas que había claudicado frente a la oscuridad, una fuerte lluvia daba fe de su victoria, era el único sonido que se escuchaba en toda la ciudad salvo en la plaza y en la avenida principal donde doblaban las campanas de la eterna catedral. La avenida repleta de luces hace horas encendidas, contrastaba con la sobriedad de la plaza, que contaba con la única luz de unos tenues faroles.

La ciudad se presentaba desierta, oscura y tenebrosa, era el momento en el que se mostraba en su forma natural, como en un teatro en el que nos encontrarnos adquiriendo veneno en Verona y en la siguiente función en la Sevilla del siglo XVI seduciendo mujeres , la ciudad tenia la capacidad de cambiar de forma de una manera mágica y siniestra. Las calles bulliciosas llenas de tiendas y jolgorio, habían dado paso en cuestión de horas a moradas de borrachos y delincuentes que exhalaban sus últimos suspiros de vida, individuos que habían sido engullidos por el monstruo urbano, convirtiéndose en muertos vivientes.

Y sí, ésta es su ciudad, a la que odiaba y de la renegaba, pero con la que tantas similitudes guardaba.

Sobre su lecho yacía ya nuestro hombre, no le agradaba llegar tarde a su cita diaria consigo mismo, por lo que en muchas ocasiones él se encargaba de adelantarla e incluso alargarla. La luz de la luna que entraba por la ventana de su desaliñado cuarto, iluminaba su cuerpo que reposaba inerte sobre las blancas sábanas, su cabeza se hundía sobre la almohada, su tez blanca como la nada era un espejo de su alma; un alma vencida que perdió su vida en el camino hace lustros, sus ojos azules como el mismo mar reflejaban tristeza e impotencia, tantas cosas superó en el pasado, tantas veces resurgió de sus cenizas que se creyó casi invencible, pero ya no, ese tiempo pasó, ahora era ese joven débil que siempre sintió dentro de él, pero que nunca creyó que le dominará por completo, en muchas ocasiones sintió el desánimo, pero siempre consiguió salir adelante con y sin ayuda. Su antiguo yo, el imponente ahora no era más que un mero juguete en las manos de un yo distinto, temeroso y sin capacidad de hasta tomar las más banales decisiones. La muerta sonrisa que esbozaba sus labios no era menos expresiva, se vislumbraba la frialdad del que depositó en Dios sus últimas esperanzas, pero hasta el ser supremo se burló de él, dejándola sólo, sólo como nunca había estado. Era el ser que perdió toda su felicidad antaño, pero no se consideraba infeliz, simplemente añoraba la dicha pasada y que él bien sabía que no volvería a sentir.

En estas circunstancias, pese a su relativa juventud, sólo le quedaba esperar a la muerte, se dice que al amor no entiende de edad, pero el dolor lo hace mucho menos. En sus monólogos internos, bañados por la oscuridad, tantas veces había anhelado el final como lo había temido, tan inexplorado era el mundo de los muertos que no podía aseverar que allí estaría mejor, pero sin duda, no podría ser peor.

Esperar, hasta en eso su yo cobarde vencía, en otros tiempos sufriendo tales males hubiera tomado otra postura frente a la muerte, él la habría buscado y encontrado, y ella sólo tendría que esperarlo y recibirlo con los brazos abiertos, como el padre que reencuentra sus vástagos perdidos, pero ahora no, ya tenía valor ni potestad sobre su propia vida.

Con el paso de las horas, la luz comenzó a adentrarse su habitación, gobernada por una mesa caótica, inundada por una aglomeración de manuscritos doblados y rotos que relataban hasta el último pensamiento de este atormentado ser. La estancia ahora radiante le terminó por despertar, había vencido a sus fantasmas una noche más, pero tampoco le tranquilizaba, le quedaban aun miles de batallas por luchar y que él sin ninguna duda, no podría ganar.

Sacó fuerzas de su interior y se incorporó, debía volver a su vida diurna, a representar un papel, “no ocurre nada”, se decía a si mismo, pero salió de la habitación lo más rápido que pudo.

Al cerrar la puerta tras de sí, una gesto extraño se apoderó de su cara, y sus labios susurraron: “Un día más, un día menos”


“Ríe mientras puedas,
que el bufón que hoy te divierte
mañana será tu verdugo”

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