domingo, 31 de enero de 2010

Feliciano y angustias



La escena transcurre en un escenario gris completamente vació, no hay objetos paredes ni puertas, tan solo un inmenso escenario vació, se oye el repicar de la lluvia y el restallar de los truenos de una gran tormenta que cada vez esta más cerca.
Un hombre bajito, de rostro jovial deambula por la estancia.

-Feliciano: ¡Caramba! Una monedilla, cuan inesperada sorpresa, ¿ve Doña Angustias lo que le decía yo?

Aparece como de la nada una mujer, sus ropajes negros, su rostro arrugado, quemado por el sol.

-Angustias: No me vengas ahora con el royo de los augurios

-Feliciano: ¿Qué podría ser si no?

-Angustias: Casualidad tal vez

-Feliciano: Oh Doña angustias, me sorprende su ingenuidad. Bien sabido es que no existen las casualidades. Ya le decía yo que mi suerte ha de cambiar, y he aquí el primer indicio, ¡una moneda!

-Angustias: Sin duda no puede ser más que un indicio, ¿Te has fijado en que es de chocolate?

-Feliciano: (Sorprendido) ¡Ops! Bueno, mejor aun, algo dulce. No se por que es usted tan negativa, fíjese que nadie la ha abierto y esta en buen estado.

-Angustias: Pues cométela a gusto

-Feliciano: ¿Gusta de corrérsela usted?

-Angustias: No debo de gustar mucho cuando te tengo a ti por compañía

-Feliciano: No sea rancia Doña Angustias, ¿Sabe qué? Quédesela usted, a ver si se le endulza el carácter, que es menester.

-Angustias: ¡Por piedad! ¿Quieres dejarme en paz? Las casualidades existen, no sea usted embustero. Hace no mucho que conocí a un caballero, el vivía con mi única compañía, yo le mantenía ocupado noche y día, y sin mas, se fue, o me fui yo no se, pero no volví a verle en un tiempo. Escuche que anduvo con una tal Bienvenida, pero que la cosa no cuajo y ahora le rondaba la Soledad, y por eso vine aquí a buscarle.
Sin embargo estoy aquí y creo que el no quiere encontrarme, y francamente, vine para quedarme.

-Feliciano: Doña Angustias, todo lo que me ha dicho yo ya lo se, yo ya estaba aquí, escondido desde antes de que usted se fuera.

-Angustias: ¡Caracoles!

-Feliciano: Si, caracoles. Ya ve usted, yo lo se todo de usted, y por el contrario usted todo lo desconoce de mi.

-Angustias: Me es igual, yo soy la señora de esta casa, asi que te ordeno que te vayas

-Feliciano: ¡ay! Doña Angustias, me temo que usted y yo vamos a ser compañeros de piso durante mucho tiempo, y eso es algo que no decidiremos ninguno de los dos.

sábado, 30 de enero de 2010

Cuando menos te lo esperas

Cuando menos te lo esperas, una fragancia, una canción, una imagen se cruzan en tu camino, y así sin más, sientes esa punzada al recordar un amor pasado. Es doloroso por que, al romperte el corazón, como cuando se rompe un vaso, quedan esparcidos diminutos pedacitos de cristal, recuerdos, que pueden herirnos después, al pasar sobre ellos.
Lunares. Ni sus ojos, ni su pelo ni sus labios, y es que yo siempre he sido un poco raro, pero ese pedacito de cristal que me castiga, ese resto de ella que nunca se ira, eso son sus lunares.
Por eso, al encontrarme con su foto, al verla y recordar su piel, reviví momentos que creí haber perdido para siempre.
Largos ratos hablando de todo y de nada, ideando viajes, siempre con sus cautivadores brazos a mi alrededor, acariciándola, en aquel momento no había nada más para mí.
La vida era la misma mierda de siempre, cuantas veces me habré preguntado que hacia yo a 500 kilómetros de mi casa, o si realmente tengo un hogar en alguna parte, cuantas veces no me habré preguntado si valían la pena las dilatadas jornadas de viaje, el cansancio, el gasto…

Todo esto pasó por mi mente en un segundo al ver su foto, y pasó con forma de tres palabras, Lunares y tiempo perdido.

Bien, esta claro que el mundo no es perfecto, al menos no respecto a nuestra idea de perfección, pero hay otra cosa que también esta clara y es que no hay ninguna razón mejor para vivir, no la hay.
Nadie puede saber si algo acabara bien, ¿qué puede hacer salvo intentarlo? Nada.
Creo firmemente, que el deber fundamental del hombre es ser feliz, y al igual que no hay luz sin oscuridad, que no habría bien de no existir el mal y no puede haber felicidad sin desgracia, no puede haber lunares sin tiempo perdido.
Y de estas cosas te das cuenta cuando menos te lo esperas.

Nocturnidad

La claridad hacía ya horas que había claudicado frente a la oscuridad, una fuerte lluvia daba fe de su victoria, era el único sonido que se escuchaba en toda la ciudad salvo en la plaza y en la avenida principal donde doblaban las campanas de la eterna catedral. La avenida repleta de luces hace horas encendidas, contrastaba con la sobriedad de la plaza, que contaba con la única luz de unos tenues faroles.

La ciudad se presentaba desierta, oscura y tenebrosa, era el momento en el que se mostraba en su forma natural, como en un teatro en el que nos encontrarnos adquiriendo veneno en Verona y en la siguiente función en la Sevilla del siglo XVI seduciendo mujeres , la ciudad tenia la capacidad de cambiar de forma de una manera mágica y siniestra. Las calles bulliciosas llenas de tiendas y jolgorio, habían dado paso en cuestión de horas a moradas de borrachos y delincuentes que exhalaban sus últimos suspiros de vida, individuos que habían sido engullidos por el monstruo urbano, convirtiéndose en muertos vivientes.

Y sí, ésta es su ciudad, a la que odiaba y de la renegaba, pero con la que tantas similitudes guardaba.

Sobre su lecho yacía ya nuestro hombre, no le agradaba llegar tarde a su cita diaria consigo mismo, por lo que en muchas ocasiones él se encargaba de adelantarla e incluso alargarla. La luz de la luna que entraba por la ventana de su desaliñado cuarto, iluminaba su cuerpo que reposaba inerte sobre las blancas sábanas, su cabeza se hundía sobre la almohada, su tez blanca como la nada era un espejo de su alma; un alma vencida que perdió su vida en el camino hace lustros, sus ojos azules como el mismo mar reflejaban tristeza e impotencia, tantas cosas superó en el pasado, tantas veces resurgió de sus cenizas que se creyó casi invencible, pero ya no, ese tiempo pasó, ahora era ese joven débil que siempre sintió dentro de él, pero que nunca creyó que le dominará por completo, en muchas ocasiones sintió el desánimo, pero siempre consiguió salir adelante con y sin ayuda. Su antiguo yo, el imponente ahora no era más que un mero juguete en las manos de un yo distinto, temeroso y sin capacidad de hasta tomar las más banales decisiones. La muerta sonrisa que esbozaba sus labios no era menos expresiva, se vislumbraba la frialdad del que depositó en Dios sus últimas esperanzas, pero hasta el ser supremo se burló de él, dejándola sólo, sólo como nunca había estado. Era el ser que perdió toda su felicidad antaño, pero no se consideraba infeliz, simplemente añoraba la dicha pasada y que él bien sabía que no volvería a sentir.

En estas circunstancias, pese a su relativa juventud, sólo le quedaba esperar a la muerte, se dice que al amor no entiende de edad, pero el dolor lo hace mucho menos. En sus monólogos internos, bañados por la oscuridad, tantas veces había anhelado el final como lo había temido, tan inexplorado era el mundo de los muertos que no podía aseverar que allí estaría mejor, pero sin duda, no podría ser peor.

Esperar, hasta en eso su yo cobarde vencía, en otros tiempos sufriendo tales males hubiera tomado otra postura frente a la muerte, él la habría buscado y encontrado, y ella sólo tendría que esperarlo y recibirlo con los brazos abiertos, como el padre que reencuentra sus vástagos perdidos, pero ahora no, ya tenía valor ni potestad sobre su propia vida.

Con el paso de las horas, la luz comenzó a adentrarse su habitación, gobernada por una mesa caótica, inundada por una aglomeración de manuscritos doblados y rotos que relataban hasta el último pensamiento de este atormentado ser. La estancia ahora radiante le terminó por despertar, había vencido a sus fantasmas una noche más, pero tampoco le tranquilizaba, le quedaban aun miles de batallas por luchar y que él sin ninguna duda, no podría ganar.

Sacó fuerzas de su interior y se incorporó, debía volver a su vida diurna, a representar un papel, “no ocurre nada”, se decía a si mismo, pero salió de la habitación lo más rápido que pudo.

Al cerrar la puerta tras de sí, una gesto extraño se apoderó de su cara, y sus labios susurraron: “Un día más, un día menos”


“Ríe mientras puedas,
que el bufón que hoy te divierte
mañana será tu verdugo”

Salto al vacío

Caminar, andar y volver a caminar, largos senderos que zigzaguean entre recuerdos y olvidos. Por mucho que levantes la vista el sol te ciega, no puedes ver más que la tierra sobre la que te eriges y la estela de polvo que perdurará a tu periplo. Frenas, retrocedes con la mirada y piensas si tú elección fue acertada, no puedes volver, queda ya lejos, por lo que te resignas y persistes. No fue aquella tu única disyuntiva, la estrechez del camino aumenta con tus pasos y da lugar a un salto al vacío; abandonarse al abandono o saltar, debes elegir.

miércoles, 6 de enero de 2010

El espejo

Como la tormenta que se avecina en el horizonte, devastadora en sí pero lejana en el espacio.
El tiempo, fiero protector del progreso, marca la senda del mismo, del que todo lo cambia, lo transforma y en su fin último lo aniquila.
Todo lo muestra el reflejo, las fuerzas pérdidas, la mirada cansada, la sonrisa torcida, el amor descuidado, el gesto depuesto. Nada escapa a la visión de nosotros mismos, a la imagen de la vida pasada y desaprovechada, el espejo recupera los fantasmas de antaño y los resucita, si cabe, con más fuerza, capaces de atormentar una vida nueva, cada vez, con mayor potestdad.
Cierra los ojos, intenta escapar, pero tu vida te sigue, ya se ha reproducido tu presente y deshauciado tu futuro. Vuelve a abrir los ojos, a enfrentarte a ti mismo, pero , no hay vuelta a atrás, sólo se aprecia lo que fuiste, comienza a llover, todo terminó.

Todo está dentro de ti.